Lectura: Mateo 10
Jesús envió a sus apóstoles a predicar: “el reino de los cielos se ha
acercado,” les dio autoridad para sanar toda enfermedad y echar fuera demonios
y les dijo que lo que habían recibido gratuitamente (de gracia), lo dieran
gratuitamente. Les ordenó que no tomara oro ni plata ni vestido advirtiéndoles
además que no todos les recibirían sino que al igual que a él lo persiguieron,
así también los perseguirían a ellos. Además les dijo que no debían temer a los
que pueden matar el cuerpo porque el alma no la pueden matar, al que deben
temer es al que puede destruir el alma y el cuerpo en el infierno. No hay nada
que suceda sin la voluntad de Dios, aún nuestros cabellos están contados. El
Señor fue claro en que cuando le confesamos delante de los hombres, él nos
confesará también delante del Padre. El Señor causaría conflicto entre el padre
el hijo, la nuera y la suegra, pero el que recibiera al Señor le recibiría
también al mensajero.
En la
Práctica
Este es un pasaje alentador para todo
seguidor del Señor Jesús. Dios ha sido misericordioso y compasivo, aún cuando
nosotros estábamos muertos en nuestros pecados, nos dio vida con Cristo. Nos ha
adoptado hijos suyos y nos ha dado una comisión; “ir y hacer discípulos en
todas las naciones, balizándolos en el nombre del Padre del Hijo y del Espíritu
Santo, enseñándoles que guarden todas las cosas que les he enseñado.” Así como
eligió a los 12 apóstoles y los envió a predicar, así también a cada uno de
nosotros, pero igualmente nos equipa para hacer la labor que nos ha
encomendado. ¿Tienes temor? El Señor dice que no debemos temer a nadie porque
aún nuestros cabellos están contados. Al único que debemos temer, NO es al
diablo porque el no tiene autoridad sobre la vida, al que debemos temer es
únicamente al Señor. Fíjate cómo dicen los vv.31 y 32 “Así que, no temáis…A
cualquiera, pues que me confiese delante de los hombres, yo también le
confesare delante de mi Padre que está en los cielos.” ¡Que palabra más
alentadoras para nosotros! En nuestras fragilidades está siempre el temor del
“qué dirán si les hablo del amor de Dios.” Lo que debemos preguntarnos es: “¿a
dónde irán si no les hablo del amor de Dios?” Animémonos a ser testigos del
Señor.
Por otro lado, la motivación de los enviados
( curiosamente es la palabra “apóstol” en Griego), no era pedir oro ni plata,
ni vestido. Habían recibido de gracia, debían dar de gracia, es decir sin pedir
nada a cambio. ¡Que diferencia de muchos que se dicen “apóstoles” y “profetas”!
Quiera Dios que nuestra motivación sea por
amor a Dios. “Al que mucho se le perdona, muco ama.
En Oración
Padre amado, que palabra tan maravillosas
tienes para tus hijos. Gracias por recordarme tu deseo para aquellos que no te
conocen y la misión que me has dado; en el nombre de Jesús.
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