Job 10 – 13
Job comienza a revelar algo que está en su corazón, una actitud
escondida en lo mas profundo de su ser. En medio de su desesperación por su
condición física, en medio de su dolor por las acusaciones de sus amigos. En medio
de su defensa ante Dios, Job llega al punto del quebrantamiento y dice: “¡Ya
estoy harto de esta vida! Por eso doy rienda suelta a mi queja; desahogo la amargura
de mi alma. Le he dicho a Dios: No me condenes. Dime qué es lo que tienes contra
mí” (10:1-2). En algún momento de nuestra vida todos,
pasaremos, hemos pasado, o estamos pasando por momentos donde sentimos que Dios
nos ha fallado o que las personas a nuestro alrededor nos han fallado a tal
grado que afectan nuestra relación con Dios.
Job, en su discurso con Dios, dice: “Tu me hiciste con tus propias
manos; tú me diste forma…Recuerda que tu me moldeaste, como al barro…Me diste
vida, me favoreciste con tu amor, y tus cuidados me han infundido aliento. Pero
una cosa mantuviste en secreto…que si peco, tú me vigilas y no pasas por alto
mi pecado.
¡Que gran enseñanza para nosotros! Los que estamos heridos… Dios nos
formó, nos favoreció con su amor y sus cuidados nos infunden aliento. Sin
embargo, el pecado nos hace miserables. Aunque Job no pecó, Dios lo llevó al
punto de mostrarle algo que estaba arraigado en su corazón y que al final del
libro, en su tiempo, podremos observar. Hoy por lo pronto, reconozcamos que
Dios nos formó y que el nos ha favorecido; y aun en medio de nuestras
circunstancias, el Señor se va a glorificar. Su amor nos infunde aliento.
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